martes, 29 de marzo de 2011

Defender el PJ

Atrincherarse en el PJ hoy significa recuperar la herramienta electoral para los sectores nacionales y populares. Tratar de construir una fuerza que prescinda del Partido Justicialista, por fuera del aparato, como suele decirse, es establecer una estrategia que no apunta a tomar el poder, muy propia de los sectores de la oposición que sabiéndose perdedores, incluso lo terminan deseando. Para personas como Pino Solanas, ser minoría es una estrategia, lo ubica en un sector de cierta comodidad y prestigio desde el cual desplegar todo su potencial de denunciólogo, con la utopía como base de comparación. Criticar desde posiciones ideales nos pone en una situación irrebatible por incontrastable, pero difícilmente nos coloque en condición de modificar la realidad.
Néstor Kirchner, es verdad, comienza su mandato presidencial atacando al Partido Justicialista, abriendo el espacio hacia lo que se conoció como la transversalidad, que irrumpió en un principio, colocando cuadros que venían del movimiento piquetero en lugares de cierto poder de decisión en el Estado, y luego se diluyó, dejando sus marcas en el gobierno, que de alguna manera configuran la impronta del kirchnerismo como un movimiento popular que incluye a la izquierda nacional. Esa situación fue inmortalizada por Mirta Legrand en su ya clásica frase “se viene el zurdaje”, y como sabemos, Mirta siempre pregunta lo que a la gente le interesa. No fue la única que renegó de aquella situación; muchos peronistas miraron con desconfianza la actitud del pingüino y aceptaron a regañadientes esta nueva estrategia, jugada obligada por la necesidad de la gobernabilidad tambaleante en aquellos tiempos, asustados por el fantasma del “que se vayan todos”.
Golpear al principio y conciliar después parece hoy que fue la estrategia desplegada por Néstor. Ello tuvo grandes beneficios para el movimiento nacional y popular, ya que el peronismo neoliberal –si es que semejante engendro puede ser nombrado–, que odió en silencio y aguantó el chirlo con tal de mantener su tajada de poder en la provincias, se abrazó a la causa de los dueños del campo ni bien encontró la veta, como se hubiese abrazado a la causa de cualquier estallido de las fuerzas conservadoras que le ofreciera cierto horizonte electoral. Lo de Blumberg fue un amague que se diluyó prontamente en un ambiente donde la sociedad no estaba tan nítidamente polarizada, pero con el conflicto con los patrones, la cosa pareció más clara, y allí fueron los dirigentes neoliberales que decidieron desensillar hasta que aclare en tiempos en que Néstor crecía en imagen. Esos dirigentes terminaron confluyendo en el Partido Federal, un patético collage cuya única línea de fuerza es proponer la vuelta al neoliberalismo. Sectores que hoy se proclaman peronistas sin PJ y detestan al partido de la misma manera que lo hacen sus socios de la oligarquía o las vanguardias revolucionarias al servicio del establishment. Todos deberíamos recordar las banderas del PCR atadas a cañas de azúcar, flameando en Tucumán para defender los intereses de la Sociedad Rural , Clarín y la CRA. O al líder indiscutido del peronismo entrerriano subiéndose al palco de los dueños del campo y reivindicando a uno de los cómplices del trabajo esclavo en la Argentina , como es el Momo Venegas. Para él, el kirchnerismo que conduce el PJ es una deformación trágica.
Sectores más progresistas argumentan por el estilo, ven en el Partido Justicialista un escollo o un sapo difícil de deglutir, sosteniendo la dudosa posibilidad de formar agrupaciones que capten el apoyo no pejotista al kirchnerismo, es decir aquellos sectores de clase media que difícilmente lleguen a un nivel de compromiso con el proyecto que posibilite profundizar cambios. Sectores cuyas intenciones estarán siempre más cerca de buscar su bienestar material que la revolución. Sectores, en fin, donde el neoliberalismo caló más hondo.
Decantado de lo peor de los `90, domesticados sus dirigentes, el PJ estuvo en condiciones de ser conducido por Néstor. Esa actitud tuvo también su correlato en las provincias, con timoneles como José Cáceres, presidente del PJ de Entre Ríos, quien tuvo que soportar el escarnio de quienes fueron sus compañeros por sostener el barco cuando la tormenta arreciaba. Hoy en día parece claro y obvio que el PJ esté de este lado, en perfecta armonía con la conducción nacional y con el gobierno nacional y provincial, manteniendo su autonomía y capacidad de acción territorial. Pero con la casa gris rodeada por los tractores de De Ángelis, el presidente de la Cámara de Diputados prestando oído y logística a los reclamos de las patronales, los manifestantes pintando de negro el busto de Evita, los medios concentrados de comunicación tratando de imbécil o comprando a todo el que osara pronunciarse en contra de Biolcatti, Buzzi o Llambías, otra era la situación.    
Los sectores de la sociedad que mantienen un combate cerrado hacia el gobierno peronista, también coinciden en un punto: combatir al PJ, tratar de desguazarlo, dañarlo en lo que se pueda, disputarlo y si se lo gana, vaciarlo de su contenido nacional y popular. Porque saben que en una elección de la magnitud que tendrá la de octubre, el aparato, la organización, la herramienta electoral son fundamentales. Desestimar este dato conduce a un error táctico comparable al de querer hacer la revolución sin el apoyo del pueblo.    

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